lunes, 27 de septiembre de 2010
BATALLA DE MAKEFIN
Londres, en un sofocante día del mes de julio.
En el elegante y silencioso comedor del King´s Club se desayuna un joven coronel mientras a otra mesa llega para tomar asiento el Ayudante de campo del Ministro de Guerra. Inesperadamente se encuentran las miradas de uno y otro. De inmediato, perdiendo la clásica flema inglesa, el ayudante avanza rápido hacia el coronel y le dice:
- ¡Cómo! ¿no está usted en la India, coronel Baden-Powell?
- Como ve, estoy aquí - responde imperturbable.
- Pero si acabo de despacharle un telegrama a la India. El Ministro tiene suma urgencia de hablar con usted.
- Supongo que al menos puedo dar cuenta de este bistec, ¿eh?
- Me temo que no señor.
Después de un cuarto de hora, Robert Baden-Powell se cuadra delante de Lord Wolseley, del cual dependen todos los ejércitos que defienden el vasto imperio de Su Majestad Británica. Arrellanado en su butaca, clava rápidamente sus ojos en el oficial y luego a quemarropa:
- Debe usted partir de inmediato al África del Sur.
- Bien, señor general.
-¿Podría ser el próximo sábado?
- No es posible, señor.
- ¡Hola! - y con una arruga en el entrecejo - : ¿por qué?
- Porque ese día no sale ningún vapor. Si le parece, podría partir el viernes.
Efectivamente, tres días después, el buque Dyottar Castle zarpaba rumbo a Ciudad del Cabo. En cubierta, en rígida formación, destacamentos de tropa en pie de guerra, entonaron el "God Save the Queen".
Ya en la baranda, Robert Baden-Powell hizo un rápido saludo a sus dos hermanos que habían venido a despedirlo, llevó su derecha al sobre que portaba en el bolsillo interior como para asegurarse de que no lo había olvidado. Y con razón, porque en ese pequeño rectángulo de papel iba señalada su misión, y acaso su destino.
A la sazón, en las colonias inglesas del África del Sur estaba por estallar la guerra contra el Transvaal y el Orange de los Boers. Por eso, en la orden del Ministro de Guerra, que llevaba consigo el coronel, iba su nombramiento de Comandante de la frontera noroccidental, la que marcaba el límite entre la colonia inglesa de la Bechuanalandia y el territorio boers.
Debía hacer frente en posición defensiva, atrayendo en su contra el mayor número posible de fuerzas enemigas, mientras la verdadera ofensiva británica se habría desarrollado sobre la frontera nordeste.
Octubre.
Desde Ciudad del Cabo, Baden-Powell ha subido con su reducido núcleo de soldados hasta Mafeking, un importante nudo ferroviario, en que ha decidido establecer su Cuartel General.
4 de octubre. El coronel llama a las armas a diversas compañías de voluntarios. Entre blancos y negros, los soldados con uniforme inglés llegan a mil en Mafeking.
5 de octubre. Se oye en lontananza el estruendo sordo de los cañones y a simple vista pueden distinguirse las nubecillas blancas de las explosiones, que se agrupan en el cielo sereno.
Las tropas boers se acercan más y más. Parece que sus intenciones sean tomarse Mafeking por asalto. Baden-Powell ordena que hagan subir a mujeres y niños en el último tren que parte hacia la lejana Ciudad del Cabo.
Mientras tanto escribe rápidamente unas últimas líneas a su madre: "Un ejército de boers, de más o menos 7 mil hombres en tres columnas, se halla acampado a menos de 15 kilómetros de nosotros. Están bien provistos de cañones y estamos a la espera del ataque con que nos han amenazado. Yo tengo organizados a los civiles en un cuerpo de defensa, he armado a los hombres y fortificado la ciudad. Como temo un bombardeo, estoy enviando a otra parte a ala mayoría de las mujeres y niños. Ahora debo salir porque he proyectado una gran maniobra para ejercitar a los hombres en la defensa de la ciudad".
9 de octubre. Llega un telegrama en clave de parte del servicio secreto: "Prevista fuerte lluvia. Presten atención al pasto", lo que significa: "El enemigo está por iniciar el ataque a su ciudad. Estén alerta".
El general boer Cronje ha hecho levantar el campamento y le hace la puntería a Mafeking. La pequeña ciudad (sería mejor llamarla "modesta aldea") espera el huracán.
Situada a la sombra de una colina llamada Cannon Kopje, se extiende sobre una llanura ondulada por la cual corre el río Molopo. Una cadena de fortificaciones circunda el depósito militar, el vasto centro ferroviario desde donde parten los rieles hacia Johannesburg y Pretoria, la iglesia y el convento de los católicos, las casas de los blancos con techo de zinc y las circulares de los negros de tierra roja apisonada.
Ahí Baden-Powell ha concentrado la mísera artillería destinada a impedir el avance del enemigo, consistente en cuatro pequeños cañones y siete ametralladoras. Ha hecho también cavar una serie de refugios y ha dejado listo un sistema de alarmas. Así en caso de bombardeo su gente podrá con rapidez hallar seguro reparo.
13 de octubre. El ejército del general Cronje (9 mil hombres, siete cañones modernos de campaña, nueve ametralladoras Maximus) ataca la ciudad.
El bombardeo, intenso y compacto, dura todo el día. Cuando cesa, Cronje despacha un individuo con la orden de hablar con el comandante de la ciudad. Roberto se traslada más allá de la línea de fortificaciones.
- Nuestro general exige la rendición de la ciudad para dentro de una hora - declara el mensajero.
- ¿Sí? ¿Por qué? - responde tranquilo y le vuelve la espalda .
La respuesta dejó atónito a Cronje. "¿Es posible que después de semejante bombardeo no se rindan? ¿Cuántos hay, entonces, ahí dentro?", se pregunta perplejo.
Consulta a sus oficiales. Ante la idea de atacar al amanecer del día siguiente, la duda se apodera de no pocos. Es que nadie sabe con cuántos batallones y piezas de artillería cuenta Mafeking y nadie está dispuesto a ir al matadero. "Es mejor esperar unos días y ver el modo de tantear las fuerzas inglesas", concluye Cronje.
Y es precisamente lo que desea Baden-Powell. Durante esa misma noche comienza a poner en juego una estratagema destinada a burlar al enemigo haciéndole creer que se halla ante una plaza inexpugnable. Al efecto, desplaza sus tropas de un puesto a otro del perímetro defensivo y levanta cada vez un gran fuego. Con pequeñas patrullas avanza hasta ponerse debajo de las mismas barbas de los centinelas enemigos y coloca tubos de dinamita bajo tierra. De amanecida, a los primeros movimientos de las tropas boers, valiéndose de largas mechas, hace estallar ya uno, ya otro de los tubos, dándole a Cronje la impresión de que toda la zona está peligrosamente minada.
Durante algunos días se llevan a cabo pequeños asaltos de reconocimiento alrededor de Mafeking. Pero de inmediato patrullas inglesas responden con veloces arremetidas que siembran el pánico entre los asaltantes. Al cabo de una semana, Cronje se convence de que tiene que habérselas con una plaza muy bien defendida y de que será preciso cambiar de táctica: en vez del asalto, recurrir a un largo asedio.
Robert ha ganado la primera partida, pero debe prolongar su astuto juego con coraje e inagotables fantasías, debe economizar al máximo los escasos recursos de que dispone y desconcertar al enemigo con una continua demostración de vitalidad y extraordinaria actividad.
Son mortales los cañones de Cronje, pero el joven Baden-Powell logra hacer que apunten a blancos inventados por él. ¿Cómo? Imparte sus órdenes a las tropas valiéndose de un megáfono de lata que lleva su voz hasta las líneas boers. Por supuesto que sus órdenes son más falsas que Judas, y en las noches, cuando éstos abren el fuego, los cañones apuntan a objetivos ridículos, como murallas viejas o montones de piedras. ¿Qué más? Destaca aquí y allá numerosos centinelas, pero la mayor parte de ellos son sólo maniquíes de madera vestidos con uniforme militar.
menuda fue la sorpresa de un comerciante viajero frente a la guerra en Mafeking con abundante provisión de carburo. ¿Qué había pasado? Que con la ayuda de un mecánico, Robert ha fabricado un rudimentario reflector a carburo que en la noche lo hace tomar doce posiciones diferentes iluminando por algunos minutos diversos puntos de las líneas enemigas. Como la treta se repite noche a noche, los oficiales boers llegan a la conclusión de que los ingleses disponen de una docena de reflectores utilizables en caso de ataque nocturno. Por eso éstos no se repiten por varios meses.
Baden-Powell aprovecha muy bien las noches en calma para fortificar las murallas y correr las trincheras hasta quedar a 30 metros de las líneas enemigas. Así consigue poder responder a los cañonazos valiéndose de sus pequeños cañones de poco alcance y de bombas de mano. Cuando éstas se terminan, hace preparar otras con tarros de conserva que llena de dinamita con el agregado de una mecha. Hasta con sus propias manos llega a fabricar un obús sirviéndose de la chimenea de una vieja locomotora.
Un buen día aparece a la entrada de la mesa de los oficiales la siguiente advertencia del coronel: "Si se dan cuenta de que las circunstancias exigen obrar con prontitud, no esperen órdenes. No dejen de actuar por temor a equivocarse. Jamás ha hecho nada quien nunca se ha equivocado. El coraje y la decisión han hecho a menudo que un error se transforme en éxito".
Pero pasan los días. Los defensores de Mafeking escrutan a diario el horizonte por donde deberían llegar los refuerzos y ¡nada! Mientras tanto las municiones escasean más y más y hay señales de desesperación. Un capitán, por ejemplo, entra un día en la tienda del coronel con los nervios destrozados por la interminable resistencia:
- Señor - le dice -, lo que usted hace es una locura que a nada conduce. Si nos ataca el enemigo, en diez minutos nos aniquilará.
- Precisamente así venceremos, capitán - contesta sin inmutarse Baden-Powell -. Porque el enemigo no nos atacará.
Lo urgente en esos momentos era lograr rapidez en las informaciones: saber de inmediato en qué punto del perímetro urbano se disponían al ataque los boers, con el fin de concentrar oportunamente a los defensores.
Para llenar esta necesidad, Baden-Powell formó un cuerpo especial con muchachitos de 10 a 16 años. Los uniformó y los adiestró en el arte de informar y llevar órdenes en forma que causaron general admiración por el coraje y el alegre heroísmo con que se desempeñaron por meses y meses. Cuando en Mafeking llegaron a faltar las estampillas para la correspondencia interna, Baden-Powell procedió a la impresión de otras nuevas, pero en lugar del rostro de la reina puso la imagen de "Los niños mensajeros de Mafeking".
8 de diciembre. La situación en la ciudad sitiada es la siguiente: hay 1.074 hombres blancos, 229 mujeres blancas, 405 niños y 7.500 indígenas negros. en dos meses y cinco días de sitio, las pérdidas llegan a 23 muertos y 53 heridos.
Lo que más aflige a los sitiados es la falta de alimentos y de armas con qué defenderse. Pero hay algo que les da fuerza y ardor: el mundo entero los observa.
Porque un sistema increíble de comunicaciones rompe casi cada día el cerco y lleva a todos las noticias. ¿Cómo? Palomas mensajeras, indígenas que atraviesan las líneas con mensajes al cuello como amuletos, envueltos en papel de plata y la línea telegráfica que, en rápidas escapadas, queda reparada a lo largo del ferrocarril (por lo menos hasta que los boers no vuelvan a cortarla) hacen posible que los sitiados puedan mandar al exterior un verdadero diario de combates que, transmitido rápidamente a Londres, los periódicos publican a grandes caracteres.
De este modo todo el mundo está informado de la resistencia increíble de Mafeking. Pero, ¿cuánto más resistirá aún Baden - Powell?, es la pregunta.
Para mantener alta la moral, el comandante explota toda clase de iniciativas. Hace publicar un "Diario de Mafeking", que lleva como subtítulo esta frase: "Sale todos los días si es que los cañones están de acuerdo". Hace un pacto con los boers para que el domingo sea "un día de tregua" con torneos de criket, conciertos orquestales y bailes populares. Y cuando se trata de las respectivas fiestas nacionales, ambas partes se dan cortésmente el aviso y entonces se da paso a una tregua extraordinaria.
Para Navidad la tregua es por dos días. Y entonces en sus campamentos los boers cantan sus canciones largas y tristes.
En Mafeking los soldados pueden asistir a Misa del gallo, que celebra el Padre Ogle en la pequeña capilla, a toda luz. El servicio protestante se celebra después de almuerzo y le siguen diversas competencias deportivas. La orquesta, en cambio, ha enmudecido debido a que una granada boer equivocó el camino y entró en la pieza de los instrumentos.
En los meses siguientes la guerra continúa sólo con golpes de mano, salidas sorpresivas y mucha hambruna.
Abril. Desde Londres la reina Victoria hace llegar a Baden-Powell el siguiente telegrama: "Sigo con admiración la paciente y porfiada defensa que con tanta valentía sostiene su comando, tan rico siempre en recursos". El aparato telegráfico golpea las palabras de la reina en el preciso momento en que Mafeking es blanco del bombardeo más encarnizado. Es que los boers han recibido nuevos refuerzos y lanzan una lluvia de granadas. Tanto el hospital como el campo de las mujeres han sido gravemente alcanzados.
Mayo 12. El general boer Sarel Eloff, que ha llegado con los refuerzos, ataca con 900 hombres. Hay que advertir que no se trata de boers (contrarios al ataque "al descubierto") sino de uitlanders, que son buscadores de oro, especuladores o aventureros que han seguido a Eloff movidos por la esperanza del saqueo.
La columna de los 900 atraviesa el río Molopo y en la oscuridad más completa llega por detrás del primer fortín, protegido por corridas de alambres de púa. El fortín es tomado por asalto antes de que los centinelas puedan dar la alarma.
Más allá comienzan las casas rojas de los negros. Alguien se ha despertado y se oye el disparo de algún fusil. Eloff, entonces, comprende que ya no corre el ataque sorpresivo y ordena arrasar a sangre y fuego. Luego, después de las casas de los negros se alza un fortín que defiende el centro de Mafeking.
Sorprendidos por el intenso fuego, los soldados deben rendirse, y también las caballerizas caen en poder del enemigo. El centro mismo de la ciudad está al alcance del general boer siempre que pueda contar con sus hombres, pero son pocos los que lo siguen, porque los uitlanders se han desparramado por los fortines, las caballerizas y la ciudad negra ávidos del botín. Eloff, entonces, ordena a sus oficiales que los reúnan a fuerza de revólver, pero después de media hora el panorama sigue casi igual, por lo cual juzga imposible pensar en el asalto al centro de la ciudad. Mientras tanto la guarnición de Baden-Powell ha tenido tiempo de despertar, de armarse y de organizar el contraataque.
Pero los asaltantes se han adueñado de una serie de trincheras que rodean los cuarteles. Deslizándose con la cabeza gacha, al frente de sus hombres, Robert encierra en un cerco de fusiles a los soldados de Eloff.
Es ya el alba y los boers se ven obligados a pasar del ataque a la defensa, lo que llevan a cabo con desesperado ardor por catorce horas, devolviendo golpe por golpe, produciendo incendios y devastando la ciudad. Pero están perdidos. Cuando cae la noche, los sobrevivientes emergen del humo de los incendios con las manos arriba. Son 108 y entre ellos se cuenta Eloff, a quien llevan al Cuartel General.
- ¡Buenas noches, Eloff! - es el saludo de Baden-Powell mientras le da la mano. - Llega usted muy a tiempo para la cena
Dos días después, retumban los cañones en lontananza.
Es la columna inglesa de Lord Roberts que se acerca a librar la ciudad. Ahora son los defensores de Mafeking quienes atacan: en una sorpresiva salida asaltan las posiciones enemigas y se baten como leones hasta que, como en las películas del oeste, resuena en la llanura la trompeta de una carga de caballería que llega.
Entre las ruinas de las fortificaciones, sitiados y libertadores se abrazan llorando. Se ha llegado al día 217 desde el comienzo del asedio.
Esa noche la ciudad se vistió de luz: los faroles se mecían al viento y por las calles los niños de la escuela entonaban himnos. "Cuando la noticia llegó a Inglaterra - escribió Winston Churchill - las calles de Londres se hicieron intransitables por el gentío, y el río del entusiasmo patriótico provocó una inundación de alegría infantil, delirante e incontenible como no hubo otra igual si no es la que provocó la victoria de la primera guerra europea".
16 de mayo de 1900. Nombrado general por méritos de guerra, Robert Baden-Powell, a los 43 años de edad, entraba en la leyenda inglesa. Era a la sazón el más joven de los generales británicos.
Esta es el principio de la historia de uno de los más grandes hombres, Lord Robert Stevenson Smith Baden-Powell, fundador de los boys scout
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